NOVELA

FURIA DE INVIERNO

PERLA SUEZ

(Edhasa - Buenos Aires)

La novela Furia de invierno podría resumirse en una frase: un hombre vuelve al punto de partida para desaparecer. ¿Cómo se produce su desaparición?

La novela está dividida en tres tiempos. En los diversos tramos, el joven y después adulto Luque transita por escenarios ruinosos y turbios. Escapa del ambiente difícil de Buenos Aires, se instala en Paraguay y consigue un trabajo. Perseguido por los fantasmas pretéritos de la infancia, ese espacio se torna irrespirable y se traslada a Ciudad del Este. Allí conoce a una mujer, Isabel, que tendrá un destino acorde con su equivocada elección. De cualquier modo, la inquietud de Luque va más allá del amor. Una sombra inmodificable lo persigue: la angustia por el futuro. Conoce al Gordo y a una astuta negociante en la frontera, Rita. Luego, el azar o la noche de los negocios fraudulentos se apodera de su vida. Realiza trabajos para Rita y a partir de un encargo se convierte en el insepulto Sísifo que repite un viaje viciado que lo devuelve a Buenos Aires.

El logro impecable de Suez es haber encadenado los hechos como si pertenecieran a una línea invisible trazada por una batuta maestra. Esa línea secreta provoca una seducción que no tiene respiro y produce un cosquilleo que atrapa nuestro cuerpo mientras recorremos con Luque los senderos de una existencia ciertamente monótona y oscura. Acompañamos su figura esquiva en los lugares y en las decisiones que parecen, por momentos, atajos en una ruta hacia el fin inevitable.

¿Cómo se conectan los días penumbrosos del pasado con el hoy fugaz y con el rápido futuro? La novela de Suez encuentra en la prosa seca y precisa el tono adecuado para contar la historia de un hombre y de un episodio que signará la vida de muchos argentinos. Narra el origen posible de la furia y el aire helado del ciclón que atraviesa nuestras vidas como si fuera una mano de acero. Quizás por eso tenemos la impresión de que una mañana de invierno Luque no podrá hacer otra cosa que desaparecer.

© LA GACETA

FABIÁN SOBERÓN